martes, 8 de julio de 2008

En la tierra de las sombras

Por: Fermín López


Que si le puedo regalar un artículo hablando de Superman, me dice un viejo amigo entusiasta de las historietas por el chat. ¿Superman? Le respondo, ¿ese pobre héroe que terminó criticado, señalado y abucheado como los grandes mártires y hombres que nos demostraron que en medio de tanta mierda el hombre puede ser un mejor ser humano? -El mismo que vuela y salta me responde el parcero por la ventanita del messenger. Ok, le digo, veré que puedo hacer. –“Ah!...cortico mijo, que usted a veces se pega unas estiradas…”, me aclara mientras me manda un emoticón con una mano cerrada y el pulgar arriba y me acuerdo de mi amigo Junior, nativo de Juiz de Forá, el brasilero que siempre indicaba con la mano cerrada y el pulgar arriba cuando decía tudo bem.



Luego, mientras espero el metro en Alpujarra y miro a una paisita que me devuelve una sonrisa bajando las escalas al otro lado de la estación, empiezo a escarbar en los recuerdos de la infancia: Cuando me tiré del descanso de las escalas de la casa con una toalla amarrada en la nuca y los calzoncillos por fuera del pantalón y casi me descalabro; cuando sentado frente a la tele blanco y negro veía unos capítulos protagonizados por George Reeves (una vieja serie de los cincuenta) mientras mamá nos regalaba chocolate con pan (a mis tres hermanos y a mí…ah! Y a media docena de vecinitos que se daban cita en mi casa porque la tele iba con refrigerio incluido); cuando me cogía la tarde para llegar al colegio porque me quedaba frente al espejo sacándome el “corrusquito” para quedar peinado como Superman, o cuando casi ahorcamos a Coronel (el perro de la finca de mi abuela) con un mantel cuando jugábamos a los superhéroes y a Coronel le tocaba ser Kripto.



Mas tarde atravesando el puente de Bello miro la vieja estación, y sus trenes oxidados me recuerdan el: “más rápido que una locomotora”…y de pronto retumba la voz de mi abuelo cerca al occipital desconcentrándome del tema: “…cof, cof, cof…mijito la locomotora, ese maravilloso invento sentenciado a muerte en este país de mafias. Quien sabe que congresista tenía por ahí su guardadito de mulas, camiones y gasolineras o que amigotes movieron sus influencias para acabar con el caballo de acero…cof, cof, cof….es que eso no pasa sino aquí…que desperdicio de transporte. Mire por allá en otras partes del mundo que en vez de acabar con el trencito lo mejoraron y puede uno cruzar ciudades barato y sintiendo esa sensación de libertad que sólo se siente en el tren cuando uno saca la cabeza por la ventana y siente el viento en la cara y el sonido chu!, chu!, chu!... porque vaya uno a sacar la cabeza en un pullman y verá como es que le rosa la cabeza pero otro carro y sólo se oye el: -¡oiga viejo loco! esconda la cabeza que se la van es mochando-…cof, cof, cof…”


Al otro día me bajo del metro en Berrío y camino hacia las librerías y pregunto que donde puedo encontrar algunos comics y recuerdo cuando en Pereira iba con mi amigo Orlando a comprar las revistas de Memín y Superman con lo que ahorrábamos del “algo”, y luego nos sentábamos a leer y releer las historietas que coleccionábamos; entonces el frío del tiempo me recorre la espalda hasta llegar al cerebro que automáticamente me dibuja en la cara una sonrisa con aire de nostalgia y me veo reflejado en el vidrio de una vitrina como un viejo fantasma.


Sentado junto a una gordita de Botero, ojeo una revista de Paul Dini y Alex Ross con un dibujo hiperrealista que me hace creer que Superman si existe. ¿Y si existiera? Siempre ha existido ¿no? Hércules, Sansón, Arturo…también muchos otros con ideales de verdad y justicia (esos que vocifera nuestro héroe tildado de pelmazo y boy scout) que suenan tan ficticios en estos tiempos donde como escribiera Camus: “…vivir por encima de los otros sigue siendo la única manera de que los demás lo vean y lo saluden a uno…” ¡Ay Dios! los ideales, esos por los que han matado a más de uno, desde tiempos remotos alrededor de esta loca esfera.


Y es que junto con los tiempos, los valores van mutando ¿Ideales? ¿Que es eso?, preguntará un desprevenido periodista televisivo de noticias Caracol o RCN que no le llega ni a la uña del dedo meñique del pie a Clark Kent, el alter ego de Superman criado a finales de los años treinta en una remota granja de Kansas por dos viejos ancianos que le enseñaron que el ser humano a pesar de lo lacra que es, tiene esa misteriosa capacidad de redimirse y ayudar a los demás. Clark Kent, periodista de la vieja escuela de esos que difícilmente encontramos en el cíclope que escupe fútbol, política y farándula o en pasquines donde el chisme es la nueva pornografía, como escribiera Woody Allen.


Cae la noche y vuelvo a experimentar ese viejo placer de observar historietas (con las que aprendí a leer) antes de dormirme. Compré varias hoy para tratar de ponerme al día con mis héroes de antaño. Aunque siempre he preferido los héroes oscuros como Batman, incomprendidos como Hulk o fríos como Wolverine debo admitir que Superman, lejos de ser el “símbolo yanqui” con que suelen calificarlo, para mí ha significado esa chispita que brilla en la tierra de las sombras.